Trabajar la asertividad y fomentar unas relaciones sociales saludables desde la infancia es muy importante, ya que es, a través de ellas, sobre las que se sientan las bases de la manera de vincularse y relacionarse con los demás. En primer lugar, con sus compañeros de clase, y más adelante, en su vida personal. Actividades como saludarse al entrar, o despedirse cuando marchan a casa, negociar un turno en un juego, expresar un desacuerdo, etc. Son actos que pasan cada día y que, sin darnos cuenta, forman parte de la educación emocional y social de los peques. Y, en ese proceso, los adultos tenemos un papel importante como modelos y guías que acompañan a los peques.
Unas relaciones saludables no son aquellas donde nunca hay conflictos, sino aquellas donde hay espacio para expresarse con respeto, donde se puede decir que no desde la asertividad, donde se escucha al otro y donde se aprende a reparar cuando se ha hecho daño. Para lograr esto, es necesario cultivar desde la infancia ciertas habilidades como la empatía, la asertividad, el manejo de las emociones y la resolución pacífica de conflictos. No se trata de exigirles a los peques que actúen como adultos, sino de ofrecerles herramientas que les permitan ir desarrollando, a su ritmo, una manera de convivir más amable y consciente.
La asamblea es un espacio ideal para trabajar las relaciones de grupo de forma intencionada y cotidiana:
“El rincón del elogio”. Se invita a los peques a decir algo bonito sobre un compañero. Al principio puede ser una consigna dirigida (por ejemplo: “¿Qué hizo hoy alguien que te gustó?”), pero poco a poco, se va volviendo un hábito. El objetivo no es forzar los halagos, sino crear un clima de reconocimiento positivo.
“Te presto mis palabras”. Se presentan situaciones comunes de conflicto (por ejemplo: “Quería ese juguete, pero otro lo agarró primero”) y se guía a los peques a buscar formas de expresarse sin gritar, sin pegar, sin aislarse. Se construye entre todos una pequeña “biblioteca de frases” para momentos difíciles, que luego se puede tener en un cartel visible.
“Jugamos a ponernos en el lugar del otro”: A través de muñecos, títeres o simplemente contando una historia, se representan distintas situaciones donde un personaje se siente triste, enojado, confundido. Se invita al peque a imaginar qué le pasa, qué podría necesitar, y cómo podría ayudarlo otro personaje. Este tipo de juegos simbólicos ayudan a desarrollar empatía desde lo lúdico.
“El semáforo de las emociones”: Se colocan tres círculos (rojo, amarillo y verde) en un rincón de la casa. Cuando el peque vive una situación con otro (hermano, amigo, adulto), se le puede invitar a señalar en qué color siente que está su emoción. Luego, se conversa desde ahí: qué la provocó, qué podría calmarla, si necesita ayuda o espacio.
Consejos para adultos: cómo acompañar este aprendizaje
Enseñar con el ejemplo. Somos el mejor ejemplo para nuestros peques. Ellos harán lo que hagamos y, la manera en que resolvemos nuestras propias tensiones frente a ellos les enseña más que cualquier discurso. Mostrar cómo pedimos perdón, cómo expresamos malestar sin herir o cómo escuchamos con respeto, es una guía poderosa.
Dar nombre a las emociones. Ayudarles a identificar lo que sienten y lo que sienten los demás. No decir solo “estás bien” o “estás mal”, sino: “Parece que estás frustrado porque no pudiste hacerlo como querías” o “¿Te sientes solo? ¿Quieres compañía?”. Esto les da un lenguaje emocional para futuras interacciones.
No minimizar los conflictos: Evitar frases como “no es para tanto” o “así son los niños”. Cada conflicto es una oportunidad para aprender. Lo importante no es evitarlo, sino acompañarlo con paciencia y enseñar formas sanas de resolverlo.
Fomentar la inclusión: Estar atentos a los vínculos dentro del grupo o la familia. A veces sin querer, algunos peques quedan fuera del juego o de ciertas dinámicas. Podemos intervenir suavemente para abrir espacio y reforzar el valor de incluir al otro.
Como conclusión podemos decir que construir relaciones saludables desde la infancia es un trabajo de todos los días. No se trata de formar peques que nunca se enojen o que siempre digan que sí, sino de acompañarlos a vincularse de forma respetuosa, consciente y empática con los demás. Cada momento de interacción es una oportunidad para sembrar en ellos la confianza de que pueden ser quienes son, sin dejar de convivir con otros. Y así, poco a poco, crecen también como personas capaces de cuidar y cuidarse.
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